Aniversario del Partido Comunista de la Argentina
Atilio A. Boron
El 6 de Enero de 1918, es decir a escasos dos meses del
estallido de la Revolución Rusa, se fundaba en el Teatro Verdi del barrio
porteño de La Boca el Partido Comunista de la Argentina. Desde el principio
manifestó su total solidaridad con la Revolución Rusa y posteriormente con la
República Española, organizando y enviando brigadas internacionales para
luchar, con las armas en la mano, contra la reacción fascista que se cernía
amenazante sobre España y toda Europa. Años después su acendrado
internacionalismo lo convirtió en un fiel aliado de la Revolución Cubana, de la
experiencia de la Unidad Popular en Chile, de las luchas del Sandinismo en
Nicaragua, el FMLN en El Salvador, del heroico pueblo de Vietnam y de todos los
movimientos y fuerzas sociales antiimperialistas empeñadas en impulsar procesos
orientados a la construcción de sociedades poscapitalistas. En épocas
recientes, en los nuevos tiempos que vive Nuestra América, el PC brinda su apoyo
irrestricto a los gobiernos de la Revolución Bolivariana y a los de Evo Morales
y Rafael Correa en Bolivia y Ecuador, a sabiendas de que el imperialismo no se
equivoca y que si esos gobiernos y esos pueblos son objeto de tan brutales
ataques políticos, económicos y mediáticos por parte del imperio es porque este
percibe en ellos inéditas potencialidades revolucionarias que desgraciadamente
pasan desapercibidas para muchos de sus críticos.
Como cualquier organización política con una trayectoria de casi un siglo su historia está signada por aciertos y errores. Ambos pueden –y deben- ser motivo de una discusión franca y profunda, que no admite más demora máxime en tiempos como los que corren, cuando un imperio que se enfrenta con creciente belicosidad a su inexorable decadencia está llevando al mundo a las puertas de una Tercera Guerra Mundial y cuando las condiciones objetivas para la superación histórica del capitalismo parecen estar madurando tanto en las metrópolis como en la periferia del sistema. Pero más allá de esa controversia hay algo que es indiscutible: la ejemplar integridad de su militancia a lo largo de toda su historia, su profundo internacionalismo y su predisposición a enfrentar cualquier sacrificio con tal de hacer avanzar la revolución. Numerosos países de América Latina y el Caribe pueden dar fe de ello, de la solidaridad práctica, concreta, de los comunistas argentinos en tareas y misiones en las que pusieron en juego sus propias vidas porque su colaboración era imprescindible para la sustentabilidad de distintos proyectos revolucionarios. Su profunda vocación unitaria, puesta de manifiesto dentro y fuera de la Argentina, es producto de su fidelidad a las enseñanzas del Che cuando este aseguraba que sin la unidad y la organización democrática de las fuerzas anticapitalistas -más allá de sus disidencias- sería imposible derrotar a un enemigo tan fuerte y poderoso como la burguesía imperial. Marx y Engels lo habían advertido en las líneas finales del Manifiesto Comunista cuando convocaban a la unidad del proletariado mundial, y su exhortación es más urgente hoy que nunca.
A lo largo de su centenaria historia el PC ha contribuido como pocos partidos en el mundo a la difusión del pensamiento de los clásicos del marxismo, y sucesivas generaciones de revolucionarios latinoamericanos se formaron con las obras publicadas por las editoriales del partido, lo que constituye un aporte de incalculable valor. También ofrendó hombres y mujeres extraordinarios –que sería imposible enumerar en estas breves líneas sin caer en imperdonables omisiones- a las mejores causas de la lucha antiimperialista y anticapitalista, entrelazando su destino y su suerte con los partidos hermanos de todo el mundo y algunos de los más grandes dirigentes de la revolución comunista internacional. Con sus méritos y sus desaciertos el PC es el partido de Marx y Engels, de Lenin y Rosa Luxemburg, de Mao y Ho Chi Minh, de la Pasionaria y de Rafael Alberti, de Mariátegui y Recabarren, de Fidel, el Che y Raúl, de Prestes y de Farabundo Martí, de Frida Kahlo y Diego Rivera, de Gramsci y Brecht, de Lumumba y Mandela, entre tantos otros, heredero por eso mismo de un complejo pero riquísimo legado histórico que sería trágico desechar pero que es imperioso re-examinar. Por eso todos los comunistas debemos celebrar este 97º aniversario del PC y redoblar los esfuerzos en pos de la unidad de los explotados y oprimidos, sin exclusiones, cerrando filas para poner fin a la mortal amenaza que la continuidad del capitalismo, y no sólo del neoliberalismo, representa para la especie humana.
Como cualquier organización política con una trayectoria de casi un siglo su historia está signada por aciertos y errores. Ambos pueden –y deben- ser motivo de una discusión franca y profunda, que no admite más demora máxime en tiempos como los que corren, cuando un imperio que se enfrenta con creciente belicosidad a su inexorable decadencia está llevando al mundo a las puertas de una Tercera Guerra Mundial y cuando las condiciones objetivas para la superación histórica del capitalismo parecen estar madurando tanto en las metrópolis como en la periferia del sistema. Pero más allá de esa controversia hay algo que es indiscutible: la ejemplar integridad de su militancia a lo largo de toda su historia, su profundo internacionalismo y su predisposición a enfrentar cualquier sacrificio con tal de hacer avanzar la revolución. Numerosos países de América Latina y el Caribe pueden dar fe de ello, de la solidaridad práctica, concreta, de los comunistas argentinos en tareas y misiones en las que pusieron en juego sus propias vidas porque su colaboración era imprescindible para la sustentabilidad de distintos proyectos revolucionarios. Su profunda vocación unitaria, puesta de manifiesto dentro y fuera de la Argentina, es producto de su fidelidad a las enseñanzas del Che cuando este aseguraba que sin la unidad y la organización democrática de las fuerzas anticapitalistas -más allá de sus disidencias- sería imposible derrotar a un enemigo tan fuerte y poderoso como la burguesía imperial. Marx y Engels lo habían advertido en las líneas finales del Manifiesto Comunista cuando convocaban a la unidad del proletariado mundial, y su exhortación es más urgente hoy que nunca.
A lo largo de su centenaria historia el PC ha contribuido como pocos partidos en el mundo a la difusión del pensamiento de los clásicos del marxismo, y sucesivas generaciones de revolucionarios latinoamericanos se formaron con las obras publicadas por las editoriales del partido, lo que constituye un aporte de incalculable valor. También ofrendó hombres y mujeres extraordinarios –que sería imposible enumerar en estas breves líneas sin caer en imperdonables omisiones- a las mejores causas de la lucha antiimperialista y anticapitalista, entrelazando su destino y su suerte con los partidos hermanos de todo el mundo y algunos de los más grandes dirigentes de la revolución comunista internacional. Con sus méritos y sus desaciertos el PC es el partido de Marx y Engels, de Lenin y Rosa Luxemburg, de Mao y Ho Chi Minh, de la Pasionaria y de Rafael Alberti, de Mariátegui y Recabarren, de Fidel, el Che y Raúl, de Prestes y de Farabundo Martí, de Frida Kahlo y Diego Rivera, de Gramsci y Brecht, de Lumumba y Mandela, entre tantos otros, heredero por eso mismo de un complejo pero riquísimo legado histórico que sería trágico desechar pero que es imperioso re-examinar. Por eso todos los comunistas debemos celebrar este 97º aniversario del PC y redoblar los esfuerzos en pos de la unidad de los explotados y oprimidos, sin exclusiones, cerrando filas para poner fin a la mortal amenaza que la continuidad del capitalismo, y no sólo del neoliberalismo, representa para la especie humana.